Cuando el cuerpo no pesa

Cuando el cuerpo no pesa,
es todo un ejercicio estirar los flancos de las terrazas,
peinar caminos, construir alforjas para vendimias venideras.
Los hilos rizados del visillo ocupan una metáfora,
siempre hay un náufrago de corcho que flota
en los espacios,
una cama hundida donde se desatan nudos corredizos,
la expiración fuerte de la mucama izando toallas en el baño,
onomatopeyas que atropellan al viajero
recién condensado en el idioma.
Residuos en un rincón
sin asediar los despojos de un hasta pronto.
Alguien llora tras los cordeles de la ropa.
Tendidas están las partes de su cuerpo para airearlas,
huecos de lino, contornos desvividos,
que le llevaron a la plaza, a la redondez de un mundo extraño
donde un hombre dormía con la muñeca sin sexo,
con la tizne de la minería de las calles
y otro hacía súbitos saltos en la espuma de su cerveza
y reía cuando otros hacían cola para llorar.
¡Qué habitual jornada la del sufrimiento!
Ante la vida, su dolor encienden,
pero el cuerpo no pesa cuando se goza,
echémosle leña al fuego y que ardan otras cosas.